Limpiando
la casa donde habito
entro
en mis estancias escondidas
donde
moran ingrávidos fantasmas
de
olvidados príncipes que han muerto.
A
veces, abro los ojos cuando entro,
pero
pocas, no me gusta encontrarme
la
niña que llora en los rincones...
Me
asomo a desafiantes balcones
que
emergen de muros que no existen
y
miro sin ver el panorama,
paisajes
desteñidos, anodinos,
perfectos,
que no me dicen nada,
pero
no me hacen daño al contemplarlos...
Cajones
de escritorios empolvados
guardan
hojas dobladas, con palabras
que
no se pronunciar sin sonrojarme,
y
al abrirlos, a riesgo de asustarme,
preguntas
sin respuestas alzan vuelos
como
atónitas palomas mensajeras.
Instintos
animales se amalgaman
con
alocados sueños de poeta,
ocupando
asimétricos estantes
de
muebles que parecen imposibles.
Deseo,
hambre, sed, alma, emociones...
yacen
aquí tambien desparramados
encima
y por debajo de las mesas.
Los
espejos que adornan las paredes
me
devuelven reflejos que no quiero.
Y
la niña que llora en los rincones,
mientras
tanto, remienda mis historias
con
los hilos de agua de sus lágrimas.